viernes, 30 de mayo de 2014

EL HONOR Y LA HOMBRÍA CONTRA LAS PIPAS

El primer toro coge a Abellán / Foto: LAS-VENTAS.COM
Por Javier Hernández - @javihernandez76

Iba pertrechado con su euro y medio de pipas. Chasca que te chasca, a la hora del paseíllo. Así se pasa una tarde sí y otra tarde, también. Él las llevas y las acaba comiendo toda la grada. Media tonelada del fruto del girasol cae en San Isidro, según el vecino del balconcillo del tres, que ha proclamado a todos los colindantes que es matemático. Pipa va, pipa viene. Hasta cuando Abellán se postraba ante la puerta de chiqueros para saludar al primero se oía el crascrás. Un tío hincado donde se muere mientras otros comen pipas. Eso es tauromaquia, porque la tauromaquia es la vida misma. Se levantó Abellán y lanceó decidido al hermoso toro. Caía ya la primera bolsa del entretenido fruto seco mientras Abellán, el bailarín de La1, ceñía chicuelinas. Pipa va, pipa viene, crascrás, mientras Ureña se pasaba por la misma barriga al toraco en gaoneras sin eco. Igual por las pipas, crascrás.


Brindis, se dejan las pipas para aplaudir, se vuelven a coger las pipas, rumia que te rumia que empieza la función diaria por derechazos. Viento. Miguel Abellán, en los medios. Flamear de la muleta. Más viento. Toro, ven. Y allá que te va el toro. El bailarín de La1 era un muñeco de trapo arrasado por una locomotora. Pero el bailarín de La1 volvió a la cara del toro, aquí está lo que queda mí, le dijo. Y en un vaivén de embestidas veloces, Abellán, torero, se dio al futuro de luces, a su pasado, a su verdad, a su destino y a su vocación, hasta ser herido en la axila, asentado por naturales. Oficio, respiración, bocanadas de viento, la trincherilla, el cierre ya con el toro rajado. Había que matar para coger el premio y se fue la espada hasta asomar. Un torero, que no bailarín, se iba a la enfermería, maltrecho, fundido pero henchido por verse pleno de vida taurina entre el asombro y la admiración de los 20.000 presentes.

Era turno de Ureña, un tío flaco, con aire antiguo y que clava zapatilla a mala leche. Y el toro, un zambombo que le saca el aire a cualquiera por su mal estilo, su medir, su merodear. El del Montecillo era todo menos claro y sincero. Y el murciano sin poder mostrar su verdad y con miedo a que muchos pensaran que él era mentira. Y ese halo dejó en el aire.

Otro toro fuerte, el tercero. Rocoso, frentudo, lleno, largo y que muy pronto sacó la mala idea. Tan pronto que en la primera arrancada marcó con un pitonazo a Adame y casi entierra a un banderillero que acudió al quite. Farruco, ya nadie lo duda, estudió latín en academia de pago. El mexicano se quería poner por derechazos y naturales donde era imposible porque Farruco iba directo al cuerpo. Era el naufragio, hasta que Adame se decidió a machetear torerísimo andando a los costillares. Estampa antigua y de plena actualidad cuando sale un toro ilustrado como este, que Joselito mató como mejor pudo y bastante fue.

Con Abellán en la enfermería saltaba como cuarto el previsto como quinto, un toro cornalón, bizco y largo. Llegó el toro a la muleta de Ureña, el torero antiguo, con posibilidad de ser un toro de esos que dicen moderno, que se dejan. Es más, hasta lo dijeron, este se deja. ¿Qué se deja? Y allí Paco Ureña, descolgado de hombros, metiendo riñones, debatiéndose entre ser o no ser, dibujando naturales ante un toro que, según el vecino, se dejaba. Se dejaba hasta que le metió el pitón casi entero en el muslo para después buscarlo con saña en el suelo. El que se dejaba media vida era Ureña, que exhausto quería dibujar naturales, los dibujó y mató con gallardía para irse a la enfermería y cruzarse con Abellán.

El torero, que no bailarín de La1, volvía al ring del combate. Toro de 605 kilos, grande, feo, fuerte, una fiera. El hombre, maltrecho, pálido y flojo. La fuerza bruta contra la idea humana. Y Abellán se armó de hombría, de ambición y de fe para poner la muleta de pantalla y marcar las líneas del toreo posible. Crecía Abellán y mermaba el toro, podía la idea humana frente a la bestialidad animal. El honor y la hombría de coger la espada e irse tras ella para amarrar el triunfo más dulce que nunca había paladeado: ratificar que se es cuando uno mismo tuvo dudas de ser. Era la gloria de un alma llena y un cuerpo magullado y vacío.

Y tras él, Adame. Papeleta la suya de tener que marcar una raya en sitio importante cuando la raya marcada ya estaba en plena línea de fuego. Poquito a poco, con tesón, con oficio, con cabeza y con técnica, Joselito Adame fue ganando terreno al altivo Montecillo hasta minarle la moral y pisar su terreno en los mismos medios, cara con cara, para volver a ganar el respeto de todos.

Eran las nueve y cuarto y las bolsas de pipas estaban llenas. Era el milagro de la hombría y el honor de tres humanos dispuestos a todo. Era el milagro del toreo.




FICHA
Plaza de toros Las Ventas de Madrid. 22ª de San Isidro 2014. Toros de El Montecillo, reservones y orientados en distintos grados. El primero, que tuvo ímpetu, alegría y transmisión, y el cuarto, con cierta humillación y obediencia, fueron mejores.
Miguel Abellán (blanco y plata): Ovación con saludos tras aviso y oreja.
Paco Ureña (caña y oro): Silencio y ovación.
Joselito Adame (burdeos y azabache): Silencio y ovación de despedida.
Entrada: Más de tres cuartos.
Parte médico de Paco Ureña: “Herida por asta de toro en cara posterior del muslo izquierdo con trayectoria ascendente y hacia afuera de 25 centímetros de longitud, que alcanza trocánter mayor izquierdo produciendo destrozos en musculatura isquiotibial, vasto externo y glúteo medio que contusiona el nervio ciático. Pronóstico grave”.
Parte médico de Miguel Abellán: “Traumatismo craneoencefálico en observación con constantes mantenidas. Contusión en tendón del músculo pectoral mayor izquierdo y contusiones múltiples. Pronóstico reservado”.

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