lunes, 19 de mayo de 2014

UN IMBERBE HACE EL TOREO

Derechazo de Francisco Espada / Foto: LAS-VENTAS.COM
Por Javier Hernández - @javihernandez76

Dijo SM El Viti que la distancia para hacer el toreo ideal era a dos metros, uno para el brazo y otro para lanzar los flecos de la muleta hasta el hocico del toro. El toreo en esa distancia ideal, el toreo de enganchar, empapar, templar, reunirse, recrearse y vaciar y vaciarse. Ese toreo de tantísimos quilates, tan poco habitual, tan rotundo, tan fácil de comprender por todos, tan auténtico, tan desgarrado, lo ha hecho un chiquillo imberbe, espigado y que tiene muy poco pasado y un gran futuro: Francisco José Espada. Aquí, un torero, ni más ni menos.


Tómala y vámonos, algo tan flamenco como eso que suena a rumba o copla, a farándula, en el toreo son palabras mayores. ¡Tómala! Y allí, a la hora de la lidia del espléndido cuarto, un toro precioso por trapío, nació el natural que movió los cimientos de Las Ventas. El imberbe Espada, con su metro ochenta y cinco, el metro de su brazo y el otro metro para lanzar la muleta que decía Su Majestad, abrió su alma, abandonó su cuerpo, subió a soñarse al limbo, dejó los riñones encajados y la cintura fundida en goma, la muñeca en infinito rotatorio y el olé duró tanto que todavía retumba. El toreo mismo, ese difícil arte que de cuando en cuando aparece en una plaza de toros. El toreo, que ni necesita de ser perfecto, porque ese natural, el natural de los naturales, el más largo de la feria, de la temporada y quién sabe si más allá, terminó enganchado y con la muleta enzarza entre los apretados pitones del profundo Ilustrado, toro de nota que empujaba por abajo cuando por abajo le ofrecían tela sincera.

Francisco José Espada tuvo que bajar a la tierra, volver en sí y ocupar su puesto dentro del cuerpo fino que le cupo en suerte y seguir ligando naturales que barrían la arena. Un imberbe haciendo lo que muchos matadores de barba cana aún no dominan ni de salón. El toreo, casi nada. El toreo no es algo que surja así por arte de la magia, no. El toreo, este toreo verdadero, se da cuando se ha hecho todo medido para que ocurra. Por ejemplo, el imberbe Espada no es un estudiante de álgebra, ni es hijo de un nuevo rico, ni se cayó del andamio para hacer el paseíllo en Las Ventas, no. Espada es un chico humilde que vive el toreo y que ha entregado su niñez y adolescencia a forjar el cimiento para poder abandonar el cuerpo en ese natural. Y lo ha hecho al lado de un torero, de un torero que ya había andado eso pasos como es César Jiménez. Y, además de todo esto, Espada se encontró con Ilustrado, el hermoso burel de Montecillo, que tampoco apareció en Madrid por arte de birlibirloque sino que se embarcó en medio de una bonita novillada, con sus buenas caras, una corridita de toros por trapío pero con hechuras y trayectoria para que algo bueno ocurriera.

El toreo soñado lo hizo Espada con todo su alma, su ser, su pasión y su idea y lo propiciaron todos los que trabajaron porque surgiera. El toreo como excepción pero trabajado para que sea una mera consecuencia.

Qué bonita la respuesta del pueblo de Madrid, todos bramando. Había jovenzuelas que era la primera vez iban a los toros porque su papi, que sacó el abono por la empresa, no va a las novilladas. Chavalas, chavales, suegras, vecinas que hacen favores, el portero, el compromiso y el aficionado verdadero, todos sabían que esos naturales del imberbe eran el toreo y no les importaba partirse las manos al aplaudir un enganchón o el desarme del natural más largo y profundo de lo que va de año.

El imberbe mató rotundo, hambriento, y el presidente jugó ser presidente experto y con triquiñuelas, como los buenos, como los que se dan aire, como esos presidentes que logran que se hablen de ellos aunque sea para bien. Y así, en ese juego vanidoso presidencia, el premio quedó en una oreja quién sabe si por concederla tarde o porque faltó un cierre más rotundo. Como si a un imberbe se le pudiese exigir la perfección, cuando se ha visto que la imperfección es bella cuando es auténtica.

Espada ya había apuntado cosas caras con el abre plaza. Había apuntado el embroque, el aguante, el aplomo, las formas, pero no más, con un novillo que se movió obediente pero ligero en todo.

También ligero fue el pasar de Posada de Maravillas. Ligero y frágil, llevado a la sombra por un lote deslucido con el que nunca supo encontrar la rendija para dejar su sello personal.

Lama de Góngora, por el contrario, estuvo macizo. Solvente, buscando, verdadero, tirando de recursos más que de la estética barroca por la que es conocido. Pero el tercero de corrida, que tuvo buen embroque, siempre acababa a su aire y sin meterse de verdad en la tela del ansioso sevillano. Y el otro fue el mulo espeso de un sexteto resultón.

Era difícil ya de remontar. La gente había sentido la chispa de esa maravilla que es el toreo auténtico. Recuerden: el toreo de enganchar, empapar, templar, reunirse, recrearse y vaciar y vaciarse, ese toreo de tantísimos quilates, tan poco habitual, tan rotundo, tan fácil de comprender por todos, tan auténtico, tan desgarrado, lo ha hecho un chiquillo imberbe, espigado y que tiene muy poco pasado y un gran futuro: Francisco José Espada. Ante ustedes, un torero. La gran noticia. A cuidarlo.





FICHA
Plaza de toros Las Ventas de Madrid. 11ª de San Isidro 2014. Novillos de El Montecillo, serios, bonitos y manejables más que buenos. El 4º resultó de alta nota por profundo humillador . El sexto, nulo.
Francisco José Espada (espuma de mar y oro), ovación tras aviso y oreja.
Posada de Maravillas (blanco y oro), silencio en su lote.
Lama de Góngora (celeste y oro), ovación tras aviso y silencio.
Entrada: Dos tercios, en tarde entoldada y con lluvia antes del espectáculo.

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