martes, 3 de junio de 2014

PERERA SE SIENTA EN LA CIMA DEL TOREO

Firma de Perera / LAS-VENTAS.COM
Por Javier Hernández - @javihernandez76

Por abajo, largo, rotundo. Cinco metros de natural por cinco naturales y un monumental pase de pecho de pitón a rabo. El toreo sin alharacas, sin adornos, sin sutilezas. El toreo preciso como una obra de ingeniería. Soltar, esperar, consentir, soltar, aguantar, confiar, soltar, soportar, respirar, encelar, conducir, volver a soltar, cruzar, volver a confiar y a soportar hasta romper los cimientos de la plaza de Madrid con cinco naturales de cinco metros cada uno y un soberano pase de pecho. Así se ha sentado Perera en la cima del toreo.


Urdiales había puesto cachonda a la plaza. Urdiales, sí, en el quinto. Ese torero menudo que había visto que su corazón se iba a ir detrás de un cárdeno que no parecía llevar a ninguna parte. Por eso lo brindó. Escribiente estaba detrás de la mata, escondido, sin darse, como toda la corrida de Adolfo. Urdiales, poquito a poco, pisando el terreno del toro y cediéndoselo. Voy pero no vienes, un bailamos tímido, temiendo el pisotón de la más seria del guateque. Hasta que Diego Urdiales, menudo torero, decidió reunirse con Escribiente, enroscárselo a la cintura, embroques cargados de belleza, con el torero hundido de riñones para abajo y levitando de ahí para arriba. Un natural y era una bocanada de vida en el mismo trance de entregarse a la muerte. Y otro, dos segundos después, con la muleta allí, inerte, reposada en la arena, esperando a que Escribiente recobrara el celo para seguirla hasta el final. Y otro, igual o más sincero, con más alma. Un riojano dándose al arte de torear. A poquitos. Esos poquitos tan valiosos de los frascos de las esencias caras.

Urdiales se ponía donde surge el toreo, brotaba el olé y el de Adolfo, sin fuelle para romper aquello de veras. Empujaba la plaza para que el toro siguiese el trapo rojo seis veces. La gracia en el recorte cambiando pitones, ora el desdén ora la trinchera, y a matar. Y faltó la estocada rotunda para que la obra de arte tuviese premio de oreja. Los fanáticos (¿aficionados al toreo?) del hierro de Adolfo Martín, que los hay, aplaudieron al toro renuente y pitaron al creador de los mejores grupos escultóricos efímeros del presente San Isidro.

Así puso la plaza Diego, cachonda, recién despertada de una zozobra que no llegaba a siesta, pero casi. El maestro Antonio Ferrera tapó las mil dificultades del primer Adolfo. El maestro sacó la enciclopedia del tratado técnico de la tauromaquia armoniosa y la puso en práctica. Taparle la cara, girar, que la encuentre en la misma cara cuando viene haciendo hilo, yéndose al rabo para que no vea presa y quite el vicio. Toque fuerte y muleta atrás, amarrando y aprovechando las poquitas cosas buenas del mal Buscador, esa cosita buena de obedecer al toque. O con el cuarto, toro de buen estilo pero rajado, al que le formó un alboroto en banderillas y lo lidió con capacidad y gracia. Urdiales también quiso y no pudo con otro que quería y no podía, el segundo de la tarde.

El mismo Perera masticó la ruda carne del tercero, un toro rocoso que no daba nada ni cuando se lo arrancaba una muleta de vuelo rastrero y firmeza total. Toro desagradecido en una labor intranscendente para la masa y que al torero le dejó el depósito de la moral lleno por haberse sentido seguro, mandón y autoritario, sin darse importancia, donde muchos otros encontrarían arenas movedizas.

Y a las nueve saltaba Revoltoso, más toro que los otros, con un punto más de cuajo, menos ligero. Y Perera lo lidió, lo sobó, lo cuidó, lo mandó picar lo justo tras el derribo, lo bregaron con limpieza y sin dudas, y lo rompió para adelante con esa colección de verbos que a las nueve y diez eran ciencia: Soltar, esperar, consentir, soltar, aguantar, confiar, soltar, soportar, respirar, encelar, conducir, volver a soltar, cruzar, volver a confiar y a soportar hasta romper los cimientos de la plaza de Madrid con cinco naturales de cinco metros cada uno y un soberano pase de pecho. ¡Qué forma de coser a los flecos de la muleta! Y la estocada, limpia y arriba, que mataba a un toro que se entregó con buen ritmo y fondo al éxtasis.

Así se ha sentado Miguel Ángel Perera en la cima del toreo, esa cima a la que cuesta un mundo llegar y que una vez llegado todos se empeñan en que abandones. Perera, con dos puertas grandes en Madrid tan contundentes como su toreo, se sienta en esa cima a disfrutar de la libertad y a seguir mirando a la vida y a todos de frente, sin dobleces y sin doblegarse.

Miguel Ángel Perera, señores, no está en el limbo, ni en la parra, sino en la cima del toreo.





FICHA
Plaza de toros Las Ventas de Madrid. 26ª de San Isidro 2014. Toros de Adolfo Martín, deslucidos en distintos grados, desde el correoso 1º al feble 2º pasando por el rocoso 3º o el rajado 4º. De buen viaje sin repetición fue el 5º y rompió a bueno por ritmo profundo el 6º.
Antonio Ferrera (nazareno y oro), silencio en su lote.
Diego Urdiales (verde botella y oro), silencio y saludos con división de opiniones tras aviso.
Miguel Ángel Perera (turquesa y oro), ovación con saludos y dos orejas.
Entrada: Casi lleno.

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