miércoles, 4 de junio de 2014

EL DÍA DEL 'JUANCARLISMO'

El Rey Juan Carlos I, en el palco.
Por Javier Hernández - @javihernandez76

El destino marcaba que la Beneficencia de 2014 era la corrida de los ismos. Del fandiñismo o del antijulianismo. También podía saltar la sorpresa y que Talavante volviese a convertir la plaza de Las Ventas en el feudo y fortín del talavantismo. Pero venció el juancarlismo, por goleada, por aclamación popular, por pasado y porque no tuvo que enfrentarse a los de Alcurrucén, dato importante.


Don Juan Carlos I se subió al palco, clavó la mirada al frente, miró al pueblo de frente y la gente rompió en una ovación cerrada, unánime, total, con españoles llorando de la emoción al despedir a un hombre entrañable que cumplió con la difícil tarea de resultar entrañable al pueblo cuando eres el Rey. El juancarlismo se llevó de calle la corrida. Triunfador total, Don Juan Carlos.

Porque Juli, que llegó dispuesto a seguir siendo el rey, se encontró con el antijulianismo y con dos toros de Alcurrucén, que no ayudaron. Los ismos… Los del antijulianismo se la tuvieron que envainar después de mucho gritar, que gritaron por usted, por ellos y por todos sus compañeros, que no son tantos. Es más, son minoría y las minorías pierden en esta democracia juancarlista y todavía monárquica. Juli se abrió de capa para ganar el paso, para lancear brillante, para gobernar al precioso Núñez que abrió festejo. Rompepuertas era toro bajo, fino, estrecho de sienes, de cuernos muy blancos y puntas muy negras que apuntaban a juntarse en el cielo. Una hermosura bien hecha, nada despampanante y que a todos convenció. La batalla por el trono, con permiso de Perera, comenzó pronto pues Fandiño se echó el capote a la espalda a las primeras de cambio para despertar a la hinchada fandiñista y hacerse con el favor de los antijulianistas. Lo consiguió con ajuste, dejando pasar al buen toro a milímetros de sus muslos. Pero Juli no es de abdicar a las primeras dadas, por eso se fue a dar réplica y a poner orden con sus cordobinas bien logradas. Se prometían emociones fuertes.

Juli y Rompepuertas se quedaron solos en el ruedo de la verdad. Julián buscando su matemática para prolongar un viaje de gran inicio, noble, de buen embroque y nulo final. El madrileño buscó las vueltas que tantas veces ha encontrado y esta vez también las halló para meterse en los terrenos de cercanías, para medir la vida del astado hasta apabullar a un toro de Madrid, que se quedó en poca cosa por la autoridad de la figura. Mató de estocada trasera y se concedió una oreja muy aplaudida por la mayoría juancarlista, y todavía monárquica, y muy pitada por la minoría de los que, todavía, son antijulianistas.

Los fandiñistas apretaban los dientes y cruzaban los dedos pidiendo suerte. Y les venía a placer porque el colorado segundo de la tarde parecía el toro ideal para triunfar en Madrid. Corneta acometía boyante, gozalón y deslizándose por el derecho en todos los capotes y al más mínimo toque. Parecía el toro de carril. Fandiño se veía ya cuajándolo a placer, toreando como nunca, de principio a fin. Los fandiñistas se frotaban las manos y los antijulianistas se afilaban los dientes. El torero se fue a los medios para ponerse a torear sin probaturas, desde ya. Corneta acudió presto al cite, como un rayo y de la propia velocidad el toro perdió manos y ya nunca volvió a ser el mismo. Los fandiñistas se decepcionaban, los antijulistas clamaban al cielo y los juancarlistas, que eran todos, no comprendían porqué aquello se había desinflado hasta quedarse en la nada.

Era turno de Talavante, el torero sin istas, pero también el torero más esperado por todos porque anuncia cante grande. Y se encontró Alejandro con un toro primero sin tipo, sin remate, pero que asustaba, feúco por larguirucho y desgarbado. Toro sin tipo y con mal estilo. Toro traidor que embestía una primera vez con obediencia, empuje y buen final y que así se ganaba la esperanza de todos y hasta podría alimentar la confianza del matador. Con el torero clavando zapatillas y lanzando los vuelos, Cumbrealta se metía por dentro arrollando, amenazante, metiéndole el miedo en el cuerpo al torero sin que el público lo percibiese fácil. Y en ese ten con ten se dividió Talavante, en ese quiero pero no me deja y si no quiero sois vosotros los que me abandonáis. Faltó determinación para que chillaran o para que llegase la cornada porque así aquello se quedó en nada.

El cuarto tampoco fue el Alcurrucén de triunfo gordo que cada año salta en Madrid. Toro con el fondo en los límites, metido por el derecho y de mejor viaje por el izquierdo, aun sin humillar por ningún pitón. Juli lo intentó apretando y sin apretar, amarrando con toques fuertes o dejando volar la muleta. Y comprobó su humanidad cuando él mismo se convenció de que era imposible abrir la puerta grande de Madrid. Con los antijulianistas riendo colmillo, mató mal.

Aún así, a las alturas del quinto, Juli era el superviviente en el día del juancarlismo. Segunda oportunidad para Fandiño y los fandiñistas, ansiosos por subir peldaños al trono en época de abdicaciones y cambios. Y esa ansiedad espoleó al torero a componer un trasteo corajudo, deslavazado, sucio y emotivo por el ímpetu del toro con más viaje y mayor boyatía del fallido encierro de los Lozano. Toro acometedor, de embestida abierta, sin gran empleo abajo pero poniendo mucho. Garra ponía Fandiño, querer, querer y querer. Y en ese querer, una estocada volcándose. Así amarró la oreja que se esfumaba en tamaña oportunidad, aun sin brindar al Rey el torero vasco.

Restaba la belleza de Barba Azul y el torero que promete el cante grande, que trae el toreo a flor de piel, ese torero que el día al que le embista uno… Y este va a ser. Pero no, como pasa tantas veces con estos toreros que tanto prometen. No, porque Barba Azul tenía nombre de pirata y puesto a conciencia. Toro agresivo, de cama, de venir por dentro y dando unos rebañones terribles. Allí se puso Talavante con sus sutilezas, con sus vuelos bien lanzados, sutiles, ofreciendo pacto de calma y no agresión. Pero Barba Azul era un pirata de mal fondo y malas formas, de genio y mal estilo, un toro de mala educación que dejó que pasara el San Isidro en el que todos eran de Talavante sin ser talavantistas.

Y en esas triunfó el juancarlismo. Ni el fandiñismo, ni el antijulianismo. El rey Juan Carlos I se llevó el cariño de todos, reconocimiento de un pueblo agradecido a los servicios prestados y a su condición de taurino confeso. Triunfó el juancarlismo, gloria al Rey de esta España todavía monárquica.







FICHA
Plaza de toros Las Ventas de Madrid. Toros de Alcurrucén, desiguales, deslucidos y geniudos en general salvo el primero, noble y de corto viaje, y el quinto, boyante y de emotiva obediencia.
El Juli (ciruela y oro): Oreja con protestas y ovación.
Iván Fandiño (champán y oro): Silencio y oreja tras aviso.
Alejandro Talavante (grana y oro): Silencio en ambos.
Entrada: Lleno de "No hay billetes". Saludó tras banderillear al sexto Juan José Trujillo. Su Majestad el Rey Don Juan Carlos I presidió el festejo desde el Palco Real acompañado del Ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, y del Presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González.

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