viernes, 5 de junio de 2015

UN HOMBRE EN LA HOGUERA

Han quemado a un hombre. Lo han tirado a la hoguera. Un hombre vestido de torero que ha levantado la ira feroz de Madrid mientras el ganadero de seis toros imposibles se sacude las cenizas que se posan sobre sus hombros. Han quemado a El Cid, que llegaba moribundo, y Madrid ni le ha otorgado el sentimiento de piedad con el que siempre ampara a los débiles. Seis grises sin humillación ni fiereza, sin sembrar el terror ni la gracia, se han llevado por delante a los restos de un torero que en su cabeza quería imponerse, reverdecer laureles ya caducos, mientras su cuerpo caminaba entregado hasta la última hora, la hora de arder.

Seis toros que crecían en tamaño, menguaban en juego y avivaban la llama donde echar a El Cid. Así de cruel. Para el hombre, la memoria dura un suspiro. Exactamente, los 25 segundos en los que se saluda la ovación de apoyo y ánimo por las hojas de servicio bien cumplidas. Para los toros es distinto. Para los toros, al menos para los de Victorino, el público de Madrid tiene memoria y se les perdona que no tengan el mínimo trapío, como los dos primeros, que no humillen, que gazapeen a media altura, que caminen de lado, se les perdona a los de Victorino que no peleen brillante en el caballo y al ganadero también se le perdona que no haya tenido el talento para echar un toro que salvase a El Cid de la quema, ese mismo Cid que tantas veces le sacó lustre a toros opacos.

El primer acto de la tarde fue el único que tuvo mérito: con él se convirtieron en creyentes los que acudían a la encerrona sin fe en El Cid. Tenía obediencia el cardenito, le dejaba llegar a Manuel, mironcete sí, pero respondiendo a los toques. Así Cid, fresco, dispuesto, firme, decidido y hasta con el tacto bueno, propinó un natural monumental, rompiendo al toro para adelante con el toque, para que hiciese la curva que envolviese el cuerpo de nazareno de Manuel Jesús. Un natural en medio de un trasteo de altibajos pero ilusionante. Hasta que cogió la tizona Cid para matar de metisaca en el costillar. Ahí se acabó todo, ahí comenzó el suplicio, ahí llegó la realidad de ver caminar a un hombre derecho a la hoguera, salvo que un milagro vestido de gris lo remediara.

No llegó. Al contrario. Cada toro gris que salía invitaba a Cid a la quema. El segundo, sin trapío alguno, sin hechuras típicas, sin sal ni azúcar, merodeó con la cara natural sin abrir una rendija y Cid lo vio oscuro al cárdeno claro hasta no darse coba.

El tercero, ya con la cuerna veleta, iba, venía, iba y volvía a venir. Cid lo despachaba y los traía, lo despachaba y lo volvía a traer, ambos como puestos de acuerdo, como en un pacto de no agresión, yo no te aprieto si tú no me aprietas. Y en esa tibieza de mediocridad se pasó el tercer acto, con el público ya impaciente por ver lo que quería ver y nadie le ofrecía.

El cuarto, toro clave se antojaba. Y lo fue. Fue el que prendió la mecha en la que estalló la hoguera donde echar a Cid a arder. Toro malo, reservón, esperando, agazapado a la espera y arreando a quien llegaba hasta él. Así trizó al banderillero Pirri, que quiso poner un palo al paso y se llevó una cornada en la axila. Ni banderillas, ni lidia, ni caballo ni faena de muleta, porque ya fue un visto y no visto. Cid se quitó de en medio a la prenda y las llamas ya caldeaban los tendidos con bronca.

El quinto, uno de los que decía el ganadero que podía ser, fue un enviado Vulcano, dios del fuego, para avivar la hoguera. Otro malo, que salió de naja en el caballo y llegó orientado y recortón, sin fiereza, a la hora de muleta. Al minuto de la muleta, porque no duró mucho más el trasteo, rematado de pinchazo y dos descabellos, ya con Manuel Jesús atado de pies y manos, pidiendo fuego casi a gritos.

Así, el sexto se alió con la causa, siempre con su corto viaje, su falta de empuje y la constante más llamativa, la ausencia de entrega para la humillación. Era el toro que hacía de Manuel un ninot en la noche de San José.
Entre unos y otros, otros y unos, han echado a un hombre a la hoguera. Cid ardió ante la ira y la pena de 23.000 almas mientras Victorino, tal vez con pena, se quitaba las cenizas de los hombros sin que nadie le mirara.




FICHA
Madrid, 5 de junio de 2015. 29ª de San Isidro. Toros de Victorino Martín, escasos de trapío los dos primeros, más hechurados los otros. Salvo el 1º, obediente, y el 3º, noble, los otros cuatro toros resultaron deslucidos, sin viaje ni humillación y orientados.
Manuel Jesús El Cid, como único espada, de nazareno y oro: Silencio, silencio, silencio, silencio, pitos y silencio.
Entrada: Lleno.
Cuadrillas: Destacó el picador Tito Sandoval, en el sexto.

Parte facultativo de David Saugar Pirri, herido en el .- "Herida por asta de toro en región axilar derecha, con una trayectoria ascendente y hacia fuera de 15 centímetros, que contunde paquete vásculonervioso axilar. Intervenido quirúrgicamente en la enfermería de la plaza de toros. Pasa a la clínica San Francisco de Asís con cargo a la Fraternidad. Pronóstico: Menos grave. Firmado: Dr. García Padrós".

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